Gente que nos lee

miércoles, 24 de agosto de 2011

Mi pequeño gran amigo

Escribo demasiado deprisa de lo normal en el teclado de mi ordenador. Una voz que me resulta muy familiar me avisa de que mi tiempo despierto se acaba en un día más en el que la tónica principal ha sido el calor que hacía... Precipitadamente me despido de mis amigos en las redes sociales y ojeo las últimas páginas de Internet que me interesan para después ahorrarme ese trabajo. Me doy cuenta de que mi progenitora se acerca mi habitación para darme el último toque antes de apagarme el ordenador a la fuerza. Yo le digo que espere unos minutos más para terminar de cerrar los sitios webs en los que trabajo, excusa que hace que ella acabe concediéndomelos. Poco a poco el sueño acaba por envolverme con su capa protectora alimentada por el cansancio. Decido, muy a mi pesar, dejar a un lado esa máquina llamada ordenador que revolucionó el mundo de la informática hace ya unas décadas. Me desvisto con la intención de ponerme el pijama que me acompañará en mi viaje por el mundo de los sueños y, posteriormente, bajo la persiana y cierro la ventana para evitar que el ruido de mis vecinos y las luces de la noche interrumpan mi sueño. Acolcho por última vez la almohada en la que acomodaré la cabeza en las próximas horas y retiro la suave pero confortable sábana que vigilará mi andadura por la noche. Me tumbo entre ella y el colchón para después aprovechar su fresco aroma y reposar mi cansado cuerpo. Por un momento me quedo pensando en mis cosas, las sencillas cosas que envuelven mi mundo y que consigan que esa sonrisa tan olvidada tiempo atrás aparezca de nuevo en mi cara, una cara amargada por los palos que ha recibido de la vida. Miro al techo mientras mi mente busca esos momentos del día, esos momentos de la semana, esos momentos del último mes que más me hicieron ser feliz y los que consiguieron que los sentimientos mas tristes florecieran del interior de mi corazón. El tiempo pasa sin que me de cuenta. Estoy embobado mirando al techo de mi habitación, pero concentrado en lo que mi mente trata de recordar. Y entonces me doy cuenta. Me falta algo para acabar el día. Algo con la suficiente fuerza para apartarme por unos minutos del mundo real, y que sea capaz de llevarme a un universo en el que todo vale y el cuál no existen límites para crear nuevos mundos. Sí. Hablo de lo que muchos de vosotros estáis pensando. Ese objeto de forma rectangular, con decenas, centenares o, incluso, miles de páginas que nos transportan al mundo de la lectura. Un libro.
Me giro hacia mi derecha y lo veo. Está ahí. No se ha movido desde la última vez que lo abrí, hace ya veinticuatro horas. Como si de una rutina se tratase (lo es), acerco mi mano a mi mesita de noche y agarro el libro que tanto deseo seguir leyendo. Poco a poco lo aproximo a mi pecho y lo cojo con las dos manos para descubrir sus más grandes y escondidos secretos. Por fin llega el gran momento.
Ese momento en el que el marcapáginas me indica por donde debo seguir poniendo mis ojos para continuar su historia. Su historia única. Porque ningún otro libro es igual. Sólo es el único en el mundo que puede contener esa historia. Todos los libros son diferentes.
Mi mente se concentra en él. Sólo en él, en las palabras que contiene, en la historia que contiene, en el mundo que contiene, ese mundo que se escapa de la realidad. Me da la sensación de que el tiempo se para por momentos, con él soy capaz de pararlo. Él es el único capaz de sacarme de mi mundo real, pero injusto y aterrador, en el que las desgracias lucen por su abundancia y en donde las alegrías se ven tapadas por la afluencia de éstas. Abandono mi cómoda cama y navego hacia el interior de mi amigo, mi pequeño gran amigo.
Las páginas pasan casi sin darme cuenta, pues su relato me atrae tanto que deseo vivirlo en primera fila. Observo como los personajes dialogan, caminan, comen, duermen y viven su propia historia. Yo me siento a gusto cunado llega el momento en el que me la muestran. Pero de nuevo, siento como poco a poco el cansancio que antes me empujaba con fuerza hacia la cama me lleva consigo a su mundo de sueños...
Es ahí cuando decido abandonar por algunas horas su historia, su vida, y volver a la realidad. Lo cierro y lo dejo donde estaba para que al día siguiente pueda volver a utilizarlo. Observo como la luz se apaga y la oscuridad me envuelve. Al final el cansancio gana la partida al cuerpo...
Como ha pasado en los días anteriores, he vuelto a disfrutar con mi pequeño gran amigo...
Ese amigo que es capaz de hacerme mejor y sentirme, por unos minutos, feliz.
Él tiene la culpa. Mi pequeño gran amigo...

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